LA VÍA DE LOS CANTOS / THE WAY OF THE SONGS

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
8"x10"
Tras dos meses de recorridos a pie  desde las playas hasta las altas montañas de Irian Yaya en Nueva Guinea. El autor convive y fotografía las  tribus paleolíticas. En muchas de ellas no han visto una cámara fotográfica. En un territorio de Babel donde se hablan el 60 por ciento de las lenguas del mundo, de un caserío    vecino a otro pocos se entiende sino  a través de cantos ancestrales  que se ejecutan solo en, hitos geológicos, en lugares sagrados  que trazan una autopista de cantos  a través da la geografía. . Un paisaje cultural  atravesado por caudalosos ríos. El autor hace un registro de puentes primordiales que conectan a estos hombres con la vía de los cantos.

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
8"x10"

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
8"x10"

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
8"x10"

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
8"x10"

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
8"x10"

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
50x60cm

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
8"x10"

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
Técnicas mixtas/ Mix media
50x60cm

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
Técnicas mixtas/ Mix media
50x60cm

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
Técnicas mixtas/ Mix media
50x60cm

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
Técnicas mixtas/ Mix media
8"x10"

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
Técnicas mixtas/ Mix media
8"x10"

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
8"x10"

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
8"x10"

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
8"x10"

Irian Yaya, Nueva Guinea
Plata sobre gelatina con viraje selectivo/ Selective toned gelatine silver print
8"x10"



Un Fotógrafo en el valle de la gente feliz por Edgar Moreno

Fotografía AVECOFA, Revista n° 2, Año XX. Septiembre 2002

Zapatos Lejanos, página 16.

Viajar a Nueva Guinea se había convertido en una de mis metas luego de ver infinidad de veces la película de Pink Floyd «El valle cubierto de nubes». El filme transcurre en Wamena, Nueva Guinea, el «Valle de la gente feliz» que entró en la palestra de los antropólogos a finales de la década de los cincuenta, cuando un grupo de sobrevivientes de un accidente aéreo en la zona entró en contacto con tribus desconocidas para occidente.

La avioneta que me condujo a Wamena hizo un vuelo rasante sobre la pista del poblado mientras sonaba una sirena alertando a las interminables columnas de aborígenes para que abandonaran la pista, ubicada sobre el paso habitual de las tribus nómadas. Al aterrizar fui abordado por una cantidad de guerreros de raza negra semi desnudos. Las mujeres solo portaban unas faldas de paja y los hombres la tradicional coteca o estuche fálico, un cono de madera que les cubre el pene como única vestimenta. Algunas cotecas son largas y entorchadas, otras gruesas y  sirven para guardar además cosas de valor.

Aquellos guerreros de fieras miradas eran los seres más cándidos que jamás haya conocido, su saludo consistía en un largo y suave apretón de manos seguido del tradicional «buaah» u hola, y de una sonrisota de niños. Estos mismos panes de dios eran parientes de los caníbales que años atrás devoraron al famoso antropólogo David Rockefeller.

Como fotógrafo me uní a un grupo de investigadores holandeses que se dirigían a la aldea de Wonome para estudiar los orígenes de una enfermedad mortal llamada «El síndrome de la gente feliz». Una afección que padecen los caníbales del lugar producto de ingerir carne de personas que han muerto por enfermedades contagiosas.

Los músculos faciales se contraen cuando la enfermedad está avanzada y parece que las personas rieran y murieran felizmente.

Mi tez morena se convirtió en salvoconducto para viajar entre las tribus ya que me consideraban «uno de ellos pero no como ellos».

Para entrar a Wonome tuve que servir de intermediario para comunicarnos con el Kepala o jefe de una paleolítica tribu Papua. El Kepala era nada más y nada menos que la momia de un anciano, ahumada y negra, clavada en posición fetal sobre un tronco de madera. Según el chamán que servía de médium entre la momia y el mundo externo, yo le caí en gracia y nos dieron el permiso de permanecer a cambio de un hacha nueva que tenía uno de nuestros guías, y de que les mostrara los espejillos internos de mi cámara y en especial mi flash que accionado por las noches atraía a decenas de aborígenes que bailaban bajo los destellos de «la luz divina»; mientras, tocaban unas especies de guitarrones cubiertos con fotos-carnet invento de un nativo que una vez entró en contacto con la civilización y vio un programa de Los Rolling Stones.

En una misión bautista cerca del poblado, me llamó la atención como la evangelización era hecha a través de las imágenes del pecado y los antivalores. Los niños posaban para mi mostrándome afiches donde el cerdo o babi, animal sagrado de los Papuas cuyos colmillos son una moneda de cambio y hasta motivo de batallas rituales, era representado junto a satanás como algo malévolo.

Mi viaje culminó con una alegre despedida acompañada de un intercambio de objetos; el desdichado guía que había perdido su hacha en el caserío de la momia pidió como indemnización mis zapatos usados y roídos. Pensé que me haría algún sortilegio, pero para mi sorpresa le arrancó las suelas y se colocó solo la parte superior ya que ellos no están acostumbrados a usar calzados, despidiéndose luego con pasos elegantes mientras lucía sus novedosos «zapatos lejanos».

 

A Photographer in the happy people´s Valley. Edgar Moreno

Photography AVECOFA, Magazine n° 2, Year XX. September 2002

Far Shoes, page 16

Traveling to New Guinea had become one of my goals after seeing the Pink Floyd movie "The Valley Covered in Clouds" countless times. The film takes place in Wamena, New Guinea, the "Valley of the Happy People" that entered the anthropologists' arena in the late 1945s, when a group of survivors of a plane crash in the area came into contact with tribes unknown to the West and they were unknown white people to the black local dwellers.

The plane that took me to Wamena made a low flight over the runway of the town while a siren sounded alerting the endless columns of aborigines to leave the runway, located over the usual path of nomadic tribes. Upon landing I was accosted by a number of semi-naked black warriors. The women only wore straw skirts and the men the traditional Koteca or phallic case, a wooden cone that covers their penis as the only clothing. Some Kotecas are long and twisted, others are thick and also serve to store valuables.

Those fierce-eyed warriors were the most candid beings I have ever met; their greeting consisted of a long, gentle handshake followed by the traditional "buaah" or hello, and a childish smile. These same good fellas were relatives of the cannibals who years ago devoured the famous anthropologist David Rockefeller.

As a photographer, I joined a group of Dutch researchers who were heading to the village of Wonome to study the origins of a deadly disease called 'Happy People Syndrome'. A condition suffered by local cannibals as a result of ingesting meat from people who have died from contagious diseases.

The facial muscles contract when the disease is advanced and it seems that people laugh while dying.

My dark complexion became a safe conduct to travel between the tribes since they considered me "one of them but not like them".

To enter Wonome I had to act as an intermediary to communicate with the Kepala or chief of a Paleolithic Papua tribe. The Kepala was nothing more and nothing less than the mummy of an old man, smoked and black, nailed in a fetal position on a wooden log. According to the shaman who served as a medium between the mummy and the external world, he liked me and he gave us permission to stay in exchange for a new ax that one of our guides had, and to show them the internal mirrors of my camera and especially my flash that activated at night attracted dozens of aborigines who danced under the flashes of "divine light"; meanwhile, they played some species of guitars covered with passport photos, the invention of a native who once came into contact with civilization and watched a program by The Rolling Stones.

In a Baptist mission near the town, I was struck by how evangelization was done through the images of sin and anti-values. Two children posed for me, showing me posters where the pig or babi, a sacred animal of the Papuas whose fangs are a bargaining mark and even the reason for ritual battles, was represented together with Satan as something malevolent.

My trip culminated with a happy farewell accompanied by an exchange of objects; the unfortunate guide who had lost his ax in the mummy's hamlet asked as compensation for my used and gnawed shoes. I thought he would do some magic on me, but to my surprise he ripped off the soles and put on only the upper part since they are not used to wearing shoes, then saying goodbye with elegant steps while wearing his new "far shoes".
















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